Calidad de vida y valores
Las condiciones de vida inciden
notablemente sobre la espiritualidad. No es fácil comprender el significado del
bienestar espiritual estando en un geriátrico tal como se le concibe hasta
ahora. Para los actuales ancianos, es difícil decir "sí" a la vida,
cuando se sienten sin ayuda, sin esperanza y olvidados. El hogar de ancianos es
visto con frecuencia, como un lugar para morir. Este es el rostro más dramático
de la vejez.
La internación en un hospital o en un
hogar de ancianos puede aumentar en éstos el sentimiento sentirse obligados a
ceder a otras personas el control de la vida y de la muerte. Esto hiere a la
persona en su autoestima y desintegra su identidad.
En este ambiente, al anciano no le queda
otra alternativa que encerrarse en sí mismo, sin identidad alguna, muerto
finalmente, antes de que la muerte biológica lo saque de un mundo en el que ya
no hay un lugar para él.
El estado de salud tiene también notables
repercusiones sobre la "espiritualidad del anciano". La ancianidad en
sí misma no es causa de enfermedad, pero aumenta la probabilidad de
enfermedades crónicas. Esto hace que muchas veces el sufrimiento o por lo menos
el temor a él, parezca caracterizar la edad avanzada. Los problemas físicos
pueden ser un obstáculo notable para la persona anciana en la gestión de su
espiritualidad. Citemos, por ejemplo, el proceso de la pérdida de la audición o
al menos su disminución, puede instaurar cuando no es tratada oportunamente:
aislamiento social, pérdida de autoestima, reducción de la movilidad,
retraimiento de la vida social, depresión, trastornos del sueño y del apetito.
Tampoco se debe olvidarse que con el
avance de los años, la aparición o el agravamiento de patologías pueda provocar
problemáticas más severas como, por ejemplo, las que están relacionadas con la
pérdida de la autosuficiencia. Pero, evidentemente, éstas son, con todo,
generalizaciones: mucho depende también de múltiples factores muy específicos (personales,
ambientales, familiares) que pueden influir sobre el grado de agravamiento que
la enfermedad puede determinar.
De esta manera se pone en evidencia cómo
las causas biofísicas, espirituales, socioculturales, psicológicas se suman a
través de consecuencias cada vez más negativas, en una demostración de la
complejidad de las personas y de su indivisibilidad. Sin embargo, el nivel de
salud del anciano experimenta mejoría, cuando se le permite una elección del
lugar donde situarse, el espacio a utilizar y la posibilidad de disponer
libremente de sus cosas.
Frente a la muerte
La ancianidad también significa pensar en
la muerte. Cuando se habla del anciano y del envejecimiento como de un proceso
de separación, en el fondo está influyendo la conciencia de la muerte. El
anciano, ciertamente, no siempre está pensado en la muerte y cuando lo hace, lo
hace con serenidad, pero se da cuenta de que su perspectiva de futuro se cierra
cada vez más. En otras palabras, de que su vida o por lo menos, su vida en el
mundo, tiene un término. Esta conciencia, aunque acompaña al hombre desde su
nacimiento, en realidad se acentúa en el período de la ancianidad, cuando el
mensaje que le llega a la persona anciana es subrayado por la muerte del
cónyuge, de parientes, de amigos; por la soledad de quien sobrevive a sus
coetáneos.
¿Qué haré de mi vida? Es la pregunta que
acompaña al menos tres momentos de la vida: la adolescencia, la crisis de la
mediana edad y la crisis de la ancianidad que sigue al retiro laboral.
¿En qué consistirá mi muerte? Pregunta que
puede ser respondida tanto por la afirmación de la esperanza en otra vida, como
por la muerte rápida o por la muerte sin dolor.
¿Por qué debo sufrir de este modo? Es la
pregunta a la que pueden responder tres maneras distintas de vivir el
sufrimiento: el sufrimiento transforma (cuando Dios parece no responder a la
oración); el sufrimiento con una manifestación exterior de queja y de llanto;
el sufrimiento que es liberación y cambio (cuando el anciano que sufre le da un
sentido a su dolor; cuando el sufrimiento es fuente de fuerza y de esperanza).
Y este sentido no puede ser impuesto; debe ser asumido por cada uno en forma
personal.
En el anciano, la modalidad más frecuente
de representar y simbolizar su muerte consiste en una renuncia progresiva al
apego a los vivos. Da la impresión de que es el pasado el que gobierna. La
propia muerte, finalmente, se recompone la separación y la tragedia de la
soledad.
Para concluir:
La dimensión espiritual de la persona
anciana significa, entonces, aceptar su condición de vida y aceptarse en ella.
Significa encontrar un sentido en su propia experiencia, en un proceso de
crecimiento y de desarrollo personal. Significa la búsqueda de un sentido de la
vida en general y de un significado de los acontecimientos de la vida cotidiana
en particular.
La tercera edad puede constituir un
período de vida caracterizado por un acentuado sentimiento religioso. Esta fe
representa el punto de llegada de la espiritualidad de una persona: la persona
anciana tiene una historia personal de victorias, de derrotas, de pérdidas; con
los años adquirió el conocimiento de los hombres y de la realidad; libre de
compromisos urgentes, tiene tiempo para pensar, reflexionar, recordar.
Paradójicamente, cuanto más se afrontan y
se aceptan las "pérdidas necesarias", tanto más se está abierto al
ejercicio de un poder habilitador, tanto interior como exteriormente. El ego
puede alejarse gradualmente de una actitud de poder competitivo y de dominio
(resultado "natural" del instinto de conservación en un mundo
incierto). Este profundo proceso de envejecimiento implica una serie de
conversiones frente a los desafíos inherentes al ciclo de envejecimiento o
conectados con él.
Muchos ancianos de hoy han debido
enfrentarse con la violencia, con la prisión, con la miseria y con todo lo que
estos males acarrean y sin embargo, construyeron una familia y un porvenir para
sus hijos.
En estas pruebas del transcurrir de sus
días también pudieron entrever la presencia y el afecto de Dios y pudieron
haber llegado a una religiosidad más profunda y más vivida, descubriendo lo que
es permanentemente cierto, seguro, más allá de lo temporal.
Este es el cuadro de la proverbial
sabiduría que se acredita tradicionalmente a la tercera edad, pero puede ser la
conquista de la ancianidad.
La ancianidad, con todo, parece reflejar
las características de una actitud cristiana, dadas la incertidumbre acerca del
futuro y por lo tanto, la necesidad de la esperanza, de la aceptación de los
propios límites, del estar preparados para dejar lo que se preveía poseer. Todo
esto, vivido serenamente, no es una exigencia nueva, sino más bien algo con lo
que debería estar entretejida toda la vida cristiana.
En esta perspectiva, la muerte puede ser
vista como un deseo y una certeza de reencontrar en una dimensión distinta, a
nuestros padres, a nuestros hermanos y hermanas, a las personas más
significativas de nuestra vida, ya muertas.
Pero la vida está compuesta también por
momentos de alegría. Es en la alegría de la relación con los niños que el
anciano puede leer el misterio del don de la vida y descubrir ese
"hilo" ininterrumpido que entrelaza a las generaciones.
Los niños, sin embargo, están en
condiciones de escuchar a las personas ancianas, escuchar las voces más
profundas, esas que los adultos, demasiado ocupados, ya no saben escuchar.
Porque el anciano, cuando habla, cuando les cuenta cuentos a los chicos, está
siempre indicando una meta, un secreto del mundo, una posibilidad de buscar
algo nuevo. En sus palabras no está sólo el pasado que viene a la luz, sino la
posibilidad de una nueva manera de vivir el futuro.
El camino de la vejez nunca va hacia el
olvido, como querría la ley del tiempo, sino hacia la memoria que reclama, no
simplemente el pasado sino, para quien sabe escuchar, también el futuro.
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