Ya en repetidas ocasiones me han
preguntado: ¿por qué de viejo escribo estos estudios? y es que creo que
afrontar el problema de la ancianidad, particularmente el de la espiritualidad
que puede caracterizar esta fase de la vida, significa tener presente que de
la vejez podrá hablar solamente el que sabe algo de ella y sólo quien vive
personalmente en la vejez puede saber en verdad algo de ella.
Es posible afirmar que a pesar de los
avances del siglo XX y los casi 15 años del XXI, la vejez sigue siendo lo que
era, aunque se llegue más tarde, en número cada vez mayor y se extienda más.
Sus expresiones físico-mentales se mantienen.
A pesar de ello y del privilegio que
significa llegar a ser anciano, privilegio al que muchísimos no llegan, el
lugar de los ancianos en la comunidad no es tan evidente; por el contrario, son
las generaciones más jóvenes las que asignan a los ancianos su lugar, las
condiciones sociales y su rol, de acuerdo con el sistema de valores dominante
en la sociedad. Y la sociedad sólo podrá integrar a los ancianos cuando también
aprenda a "vivir junto" con ellos, en lugar de vivir al lado de
ellos.
Por lo tanto, no es fácil hablar en forma
creíble acerca de la vejez; esto presupone que sea reconocida y aceptada con
toda su dignidad. Despreciarla por la juventud no es sabio, pues los que ahora
son jóvenes y alcancen a llegar a ser viejos están llamados a superar la forma
mezquina de ver ahora a los viejos.
·
La Vejez Y Su Sentido
La segunda mitad de la vida posee un
significado y una finalidad diferentes del objetivo biológico y natural de la
primera. En la segunda mitad de la vida el cambio de roles, la muerte de
allegados, los cambios físicos y las miles de otras inevitables consecuencias
del proceso de envejecimiento, contribuyen a acelerar una revalorización y una
reestructuración de las prioridades personales.
Toda persona posee varias dimensiones:
física, social, psicológica y espiritual, pero esta última no es una más, es la
que le da un significado a toda la vida. El término "bienestar
espiritual", por consiguiente, implica plenitud, realización, en oposición
a fragmentación y aislamiento.
En síntesis, podemos definir la
espiritualidad como la comprensión, por parte de la persona, de su propia vida
en relación a sí misma, a la comunidad, al medio ambiente, a Dios. Se trata de
una construcción psicológica que comprende tanto el mundo carnal de la
experiencia como el mundo de la trascendencia; un continuo proceso interior de
integración de recuerdos, experiencias, anticipos y de un esfuerzo por
relacionarse con los demás, con confianza y empatía.
¿Cuándo comienza la vejez? Hoy se tiene
bastante en cuenta el hecho de que el envejecimiento es un proceso muy gradual,
que no se limita a determinados períodos de la vida. La vejez está allí
dondequiera se manifieste una nueva manera de ver la vida, el tiempo y
particularmente, la "finitud".
Desde el punto de vista biológico se
comienza a envejecer el día del nacimiento. La cuestión, entonces, es ¿cuándo
se comienza a tomar conciencia? ¿En el momento en que la generación anterior
comienza a morir o más bien, aun antes? El envejecimiento comienza a percibirse
cuando ya no conseguimos hacer lo que hacíamos antes. Semeja un proceso de alejamiento:
crece la distancia entre el anciano y la sociedad; el anciano desempeña un
número menor de roles, sus contactos disminuyen. Es decir, se está viviendo el
"tiempo final".
Si vamos a la búsqueda de nuevos
significados, los años de la ancianidad pueden significar nuevos objetivos y
cada uno de ellos puede tener una dimensión espiritual. Estos nuevos objetivos
pueden ser:
·
Descubrir nuevos valores de vida;
·
Elaborar una nueva escala de valores que subrayen la importancia
del ser, con respecto a la acción y a la actividad;
·
Encontrar una nueva modalidad para estructurar el tiempo; nuevas
obligaciones para sus energías;
·
Adaptarse a nuevas modalidades de vida y a nuevos ambientes de
vida;
·
Aprender a estar solo, cuando sobreviene la muerte del cónyuge;
·
Aprender a enfrentarse con nuevas limitaciones físicas que pueden
derivar de una enfermedad y de un natural decaimiento.
Estos objetivos deberían ser la
culminación de toda una vida; deberían ser el resultado del desarrollo maduro
de aquellas virtudes que componen la espiritualidad del hombre: esperanza,
voluntad, objetivo, capacidad, fidelidad, amor, solicitud, sabiduría.
El desarrollo de la personalidad, por otra
parte, no se detiene en una edad determinada; la persona "crece" a lo
largo de toda su vida. Vejez y envejecimiento no son un vacío inevitable,
fatal, acompañado de hastío, resignación o de un optimismo centrado en sí
mismo; el anciano, no sobrevive esperando la muerte; el anciano vive.
A partir de esa situación se debe comenzar
un camino de revisión conceptual. Por ejemplo, en la autonomía, el concepto
estereotipado es: juventud significa ser activos y dar beneficios, vejez
significa ser pasivos y recibirlos. Este contraste se esfuma. Los seres humanos
deben aprender durante toda su vida la reciprocidad del "dar y
recibir", en el cual, el que da saca de ello una ventaja y el que recibe
la otorga. La ancianidad es un tiempo para repensar nuestros conceptos de
actividad y de pasividad, de esfuerzo y de aceptación, de fuerza y de debilidad,
de dignidad y de humildad, de energía y de quietud, y también del trabajo y del
juego.
Percibir cómo todos estos contrastes son
aplicables con exactitud a la existencia humana íntegra, puede hacer menos
solitaria la experiencia de envejecer. Se trata, justamente, de dar un sentido
a la edad que se está viviendo, a fin de poder vivir con tranquilidad esa etapa
de la vida y permitir una relectura del pasado en un contexto de apertura hacia
los demás, hacia las cosas del mundo.
Un nuevo sentido comienza por asumir la
propia edad; y sólo lo hace el que acepta su edad con sus valores y sus
límites. Para la persona anciana, el riesgo puede consistir en convertirse cada
vez más en huésped de un mundo más joven, en el que ya no encuentra valores,
estilos de vida, recuerdos, que fueron puntos de referencia en su vida. El
sentimiento de inutilidad y la carencia de relaciones sociales que ello trae
aparejado pueden incidir, luego, sobre su misma salud.
Los desafíos del envejecimiento pueden
convertirse para algunas personas, en oportunidades de crecimiento espiritual y
ético, mientras que, para otras, las mismas experiencias favorecen una
regresión egoísta y actitudes de hostilidad social.
La verdadera dinámica de la existencia
humana, va más allá del individuo mismo y está dirigida al otro, a algo o a
alguien, es decir, hacia un significado que debe ser realizado en una tarea o
en el amor hacia otras personas. Consagrándose a algo fuera de sí, el hombre se
realiza a sí mismo. Cuanto más se dedica a los otros, más hombre se es.
Habría pues dos modalidades extremas de
vivir la ancianidad, que se basan sobre dos alienaciones opuestas: la
alienación de quien se refugia en un pasado irremediablemente perdido y por lo
tanto, al envejecer cae en la desesperación; y la alienación de quien busca
revivir el pasado en el presente. En síntesis: además del "viejo
desesperado" y del "viejo
lindo" puede existir un "viejo" que "encarne" un
envejecimiento bueno y justo, alcanzando a vivir su presente como un tiempo que
llega desde su pasado y que tiende hacia el futuro.
A esta altura se puede afirmar que
solamente envejece en forma conveniente quien en su interior acepta llegar a
viejo.
Hay algo más: mucho de todo esto depende
de que la comunidad misma acepte a la vejez; que le otorgue, con honestidad y
cordialidad, el derecho a la vida que le corresponde. La comunidad debe dar a
quien llega a la ancianidad la posibilidad de envejecer de una manera digna. La
familia, los amigos, el contexto social, los organismos oficiales, el Estado
tienen su responsabilidad al respecto.
Para que la persona anciana se perciba
insertada en un ambiente dado y para encontrar en él sus motivaciones y sus
preferencias debe todavía:
·
Tener un mínimo de interacción: no puede carecer de contactos
periódicos o al menos, ocasionales;
·
Aceptar valores y normas: se "forma parte" cuando
psicológicamente se comparten creencias y normas de grupo;
·
Identificarse con el grupo: la persona "se asimila a su grupo
de pertenencia, lo percibe y lo siente como parte de sí mismo";
·
Ser aceptada, recibida, deseada por una comunidad.
Por otra parte, “un hombre se dice
adaptado cuando disfruta de un relativo bienestar físico y psíquico, se siente
bien y no está turbado por preocupación alguna; mientras que se es desadaptado
cuando se encuentra en una situación parcial o completamente opuesta a la
descrita" (OMS, 1982).
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