Ser uno mismo quiere decir, al mismo
tiempo, no ser otro. Por consiguiente, nunca hubiéramos llegado a ser nosotros
mismo sin los demás. Nuestra vida se hace impensable sin un entorno que la
alimente y proporciona una razón de ser.
El sentido de nuestra vida, dependen de
nuestras relaciones con los demás. Cuando las relaciones con los demás fallan,
sólo tenemos el movimiento de retorno, de aislamiento sobre nosotros mismos y
eso es triste, doloroso e incluso torturante.
A medida que pasa el tiempo, la soledad se
acentúa. El sujeto sólo habla lo imprescindible, si es que alguna vez cruza
palabra con alguien al que no tiene otro remedio que hablar. La mirada del
solitario pasa de la hostilidad a un mundo que parece haberle abandonado a su
suerte.
El solitario emite, para los que le ven,
una especie de tufo mortal que les hace sentir temor y recelo. Está tan solo
que no mira de frente, sino cuando sabe que no es observado, de reojo o
disimulado entre la multitud u oculto.
Bajo el punto de vista de las personas
integradas, la reciprocidad y la norma de que quien pide ha de tomar la
iniciativa, son intocables. El que se rige por tales pautas en su vida
corriente, da y recibe en una proporción que le parece la justa. Intuye que el solitario
le va a pedir más de lo que le dará a cambio. Lo ve como un pozo sin fondo, que
no va a saber contenerse y tenerle suficientemente en cuenta, y piensa algo
así: primero que se modere, que se calme, y después todo lo que quiera. Está
mal dispuesto a darle un crédito a fondo perdido.
La persona integrada, al pensar de esta
manera, puede ser egoísta en exceso, pero también puede no serlo especialmente.
Esto es, en lo que toca a su prójimo está dispuesto a dar, pero en lo que
respecta a sí mismo quiere tratarse bien, tan bien como el solitario le
gustaría que le tratasen o mejor aún, de una manera equilibrada.
El problema, aparte del egoísmo, suele
consistir en que el que pide, más que pedir suele exigir, ordenar o presionar,
con lo cual ataca la versión de dignidad del posible donador, que para dar
necesita sentirse libre. Las relaciones amistosas nunca podrán tratarse con la
obligatoriedad que conllevan las comerciales.
¿Cuáles son las causas de esa discordia
entre el sujeto y su mundo? Puede ser que falle el plan mismo, los medios para
lograrlo o las personas con las que contaba. Analicémoslo:
- El fallo del plan de vida:
Una persona va tejiendo y destejiendo, a
lo largo de su vida, proyectos a medida que corrige imposibilidades y cambios
de orientación. Pero en la madurez suele haber una mayor aclaración respecto a
lo que se desea de la vida.
El diseño de los deseos más importantes
que se seleccionan, pretenden responder a las facetas humanas que más
importantes son para el sujeto. Cada una ocupa un lugar en su vida cotidiana y
por lo tanto su bienestar depende de varios frentes a la vez.
Las sensaciones de intensidad y placer
provienen del éxito en la realización de las distintas expectativas de la vida.
Si una persona planifica mal, al llegar a la vejez se encuentra vacío y
empobrecido, con una penosa impresión de fracaso.
El éxito, por tanto, viene ligado a la
integración social de la persona en múltiples roles. Lo contrario de
integración es aislamiento, soledad. Se trata de una soledad que proviene de
haber calculado corto, de no haber cuidado de ambicionar múltiples intereses
vitales. Tener proyectos entre manos es una fuente de motivación, interés y
vitalidad. Lo contrario es convertir la vida en algo insulso y rutinario.
Especial relevancia tendrán aquellos que
impliquen relaciones con los demás: intereses recreativos, culturales, cuidado
de las amistades, intensas y profundas, ricas relaciones familiares. Este tipo
de proyecto que llamaremos de "calidad humana" están llenos de dificultades
y por milagro o por inercia nunca aparecen: el cultivo de la amistad, la lucha
por la comunicación y el entendimiento familiar, la dificultad de llevar
adelante con firmeza intereses sociales y culturales, implica soportar ciertos
riesgos y esfuerzos a los que muchos renuncian por comodidad, pereza,
derrotismo.
Hay un grupo reducido de personas a las
que en vez de faltarles los planes vitales por quedarse cortos de cálculo,
tienen dificultades de carácter, como excesiva timidez, impaciencia, egoísmo
rematado, irascibilidad, intolerancia despótica, etc. La pobreza, en un sentido
amplio, se ve agrandada por el desinterés general de la sociedad en inculcar a
sus miembros, valores que se escapen de lo estrictamente económico o
profesional.
- El fallo de las estrategias
Cuando el sujeto tiene objetivos claros y
está motivado para realizarlos, puede fracasar a la hora de llevarlos a cabo.
Por ejemplo, en el momento de la jubilación, una persona puede tener una serie
de planes ideales: dará más importancia a los amigos, reemprenderá aficiones
relegadas, etc. Pero se atasca a la hora de conseguir amigos con los que
mantener una relación afectivamente cálida o no acierta con las actividades
adecuadas, o no calcula suficientemente bien las condiciones que le plantean
los demás. En suma, puede resultar al anciano y al jubilado tan difícil
realizar sus aspiraciones como al adolescente integrarse en el mundo adulto.
- Fallo de los otros y el derrumbe físico
Particularmente trágico resulta en la
vejez las separaciones que le imponen las circunstancias. La muerte de
familiares y amigos, la vida independiente de los hijos, vuelven imposible la
realización de los planes vitales previstos.
La muerte de un ser querido le obliga al
anciano a dar un vuelco en sus costumbres, expectativas y necesidades
afectivas. Es fácil que se sienta indefenso y derrotado. Algunos ancianos se
prohíben a si mismos el hacerse ningún tipo de ilusión, censurándose en sus
pensamientos cuando deseen nuevas relaciones afectivas. Lo mismo cabe decir en
lo que hace referencia a las necesidades de pareja.
Comenzar nuevas amistades resulta una
empresa que para ellos tiene dos filos: por una parte, se necesita invertir
tiempo y esfuerzo, pero por otra, es la única alternativa de vida afectiva y
social que queda. Esta dificultad hace que muchos se abandonen a una soledad
más o menos asumida.
El anciano, también se ve rechazado por
los demás por el mero hecho de ser viejo. Por ello, se las tiene que ingeniar
para buscarse los ambientes adecuados y en los que pueda resurgir de las
tragedias en una atmósfera de calidez.
Algunos ancianos tienen una vivencia
depresiva frente a las limitaciones que provoca una edad avanzada o la cercanía
de la muerte; renuncian a la posible riqueza que podrían obtener rebelándose en
lo posible, apostando por una especie de quietud en la que piensan que no
sufrirán, aunque no suele dar el resultado perseguido sino que suele agravar la
situación.
El darle un verdadero afecto, respeto y
amor a los ancianos es la verdadera solución.
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