Los ancianos tienen necesidades
espirituales distintas que pueden coincidir
con alguno de ellos, pero no son las mismas que las necesidades
psicológicas. Determinar sus necesidades espirituales puede ayudar a movilizar
los recursos necesarios (por ejemplo, consejería espiritual o grupos de apoyo,
la participación en actividades religiosas, los contactos sociales de los
miembros de una comunidad religiosa).
En la anamnesis, como parte de la historia
clínica del anciano, es recomendable levantar una historia espiritual, esto
muestra a ellos que quienes los atienden, están dispuestos a hablar de temas
espirituales. Se les puede preguntar si sus creencias religiosas son una parte
importante de su vida, cómo estas creencias influyen en la forma en que cuidan
de sí mismos, ya que son parte de una comunidad religiosa o espiritual y cómo
les gustaría ser atendidos para manejar sus necesidades espirituales.
Otra manera de poder saber cuan importante
es para el anciano su religión, es preguntándole si los recursos religiosos y
espirituales son mucha ayuda a sus necesidades. Si la respuesta es no, bueno es
ahondar en saber cuales son sus barreras más sensibles (por ejemplo, problemas
de transporte, problemas de audición, la falta de recursos financieros,
depresión, falta de motivación, conflictos no resueltos). Bajo ninguna
circunstancia, el que atiende a un anciano lo debe obligar a determinadas
creencias u opiniones religiosas o interferir si los ancianos no quieren ayuda.
Muchas autoridades clericales (llámense
Pastores, curas u otros) prestan servicios de asesoramiento a las personas
mayores en el hogar, en los asilos y en el hospital, a menudo de forma
gratuita. Muchos pacientes ancianos prefieren tal asesoramiento a la de un
profesional de la salud mental, ya que están más satisfechos con los resultados
y porque creen que el asesoramiento no tiene la marca o señal (a veces los
consideran locos) que la atención de salud mental hace, ante los ojos de los
que les rodean.
Sin embargo, muchos miembros del clero no
tienen una amplia formación en consejería de salud mental y no pueden reconocer
cuando los pacientes ancianos necesitan atención profesional de salud mental.
Por el contrario, muchos clérigos
instalados en hospitales tienen una amplia formación en las necesidades
mentales, sociales y espirituales de las personas mayores. Por lo tanto,
incluso clérigos del hospital como parte del equipo de atención de la salud
puede ser provechoso, cuando el trato con un anciano lo demande.
A menudo pueden reducir la brecha entre la
atención hospitalaria, la atención en la comunidad y/o en el hogar, mediante la
comunicación con el clero de la comunidad. Por ejemplo, cuando una persona de
la tercera edad es dada de alta en el hospital, la autoridad clerical del
hospital si la hay, o en su defecto el mismo medico, una enfermera y a veces
hasta del personal de servicio, pueden llamar al clérigo del paciente, para que
los ministerios de apoyo en la comunidad religiosa del paciente puedan ser
movilizados para ayudar en la convalecencia del paciente (por ejemplo, mediante
la prestación de servicios de limpieza, comidas o transporte, visitando el
paciente o cuidador).
Sea cual sea el tipo de cuidador de los
ancianos o las instituciones para esta labor, deben apoyar la participación
religiosa del paciente, siempre y cuando no interfiera con la atención de sus
necesidades vitales necesarias, porque dicha participación puede contribuir al
mantenimiento de la buena salud. Las personas que participan activamente en los
grupos religiosos, particularmente los de las principales tradiciones
religiosas, tienden a ser más saludables.
Algunas personas que les gusta atender
ancianos, oran con los pacientes, leen escrituras religiosas, o se aseguran que
los pacientes tienen los materiales religiosos (por ejemplo, las escrituras con
letra grande, cintas de audio religiosos) que desean. Sin embargo, hay que
tener muchísimo cuidado de estar haciendo cosas en la que el anciano se sienta
obligado a hacer algo que viola sus propias creencias.
Los que atienden ancianos pueden sugerir
que ellos consideren participar de las actividades religiosas siempre y cuando,
los ancianos se muestren receptivos y puedan beneficiarse de este tipo de
actividades, tal como los el proporcionar una relación social, reducir la
soledad y el aislamiento del anciano; aumentar el sentido de pertenencia, de
ser útil y de propiciar una vida con propósito.
Estas actividades también pueden ayudar a
la atención de ancianos en actividades positivas y no solo en sus propios
problemas. Sin embargo, algunas actividades son apropiadas sólo para los
ancianos más religiosos.
Si los ancianos no están ya involucrados
en actividades religiosas, lo que sugiere este tipo de actividades requiere
sensibilidad. Los ancianos pueden buscar o demandar una atención por motivos
relacionados exclusivamente con la salud y no necesariamente los religiosos.
Ya para concluir, debemos apuntar que la
Iglesia es, de hecho, el lugar donde las distintas generaciones están llamadas
a compartir el proyecto de amor de Dios en una relación de intercambio mutuo de
los dones que cada cual posee por la gracia del Espíritu Santo.
Un intercambio en el que los ancianos
transmiten valores religiosos y morales que representan un rico patrimonio
espiritual para la vida de las comunidades cristianas, de las familias y del
mundo.
La práctica religiosa ocupa un lugar
destacado en la vida de las personas ancianas. La tercera edad parece favorecer
una apertura especial a la trascendencia. Lo confirman, entre otras cosas, su
participación, en gran número, en las iglesias; el cambio decisivo en muchos
ancianos que se acercan de nuevo a la Iglesia después de años de alejamiento, y
el espacio importante que se da a la oración: ésta representa una aportación
invaluable al capital espiritual de oraciones y sacrificios del cual la Iglesia
se beneficia abundantemente y que ha de revalorarse en las comunidades
eclesiásticas y en las familias.
Vivida en forma sencilla, pero no por esto
menos profunda, la religiosidad de las personas ancianas, hombres y mujeres,
determinada también por la mayor o menor intensidad que ha tenido su modo de
vivir la fe en las etapas anteriores de la vida, se presenta en formas bastante
diversificadas.
A veces lleva las connotaciones de un
cierto fatalismo: en tal caso, el sufrimiento, las limitaciones, las
enfermedades, las pérdidas vinculadas con esta fase de la vida se consideran
como un signo de Dios, no benévolo, sino como un castigo. La comunidad eclesial
o pastoral tiene la responsabilidad de purificar ese fatalismo, haciendo
evolucionar la religiosidad del anciano y dando una perspectiva de esperanza a
su fe.
En esta tarea, la tertulia por medio de
largos momentos de platica, tiene el papel fundamental de disolver la imagen de
un Dios implacable, llevando al anciano a descubrir el Dios del amor.
El conocimiento de la Escritura, la
profundización de los contenidos de nuestra fe, la meditación sobre la muerte y
resurrección de Cristo, ayudarán al anciano a superar una concepción
retributiva de su relación con Dios, que nada tiene que ver con su amor de
Padre.
Al participar en la oración y vida de la
comunidad cristiana y compartir su vida, el anciano comprenderá cada vez más
que el Señor no permanece impasible ante el dolor del hombre ni ante el peso de
su propia vida.
Es deber de la Iglesia anunciar a los
ancianos la buena noticia de Jesús que se revela a ellos como se reveló a
Simeón y a Ana, los anima con su presencia y los hace gozar interiormente por
el cumplimiento de las esperanzas y promesas que ellos han sabido mantener
vivas en sus corazones (Lucas 2:25..38).
Es deber de la Iglesia y de los que nos preciamos de ser
miembros de ella, ofrecer a los ancianos la posibilidad de encontrarse con
Cristo.
Y aun cuando este trabajo esta bastante
abandonado, nunca es tarde para empezar, máxime si consideramos que de
Dios, cada día, nuevas son sus misericordias.
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