Con el tiempo, olvidamos lo bueno que es
vivir; que "lo simple es lo mejor"; que podemos hacer las cosas por
nosotros mismos. Y, muchas veces, ya no le sacamos jugo a los pequeños momentos
que hacen de la vida lo que es.
Conforme pasa la vida, nos vamos
complicando: tenemos cada vez más cosas, pero siempre queremos más; conocemos
más lugares y queremos ir a mas, ya nada nos satisface; vivimos mil
sentimientos y ninguno nos emociona tanto. Se nos va acabando la vida.
Ese proceso acaba cuando nos volvemos
viejos. Entonces, sucede el milagro. Cuando llegamos a viejos, aprendemos el
valor que tienen las buenas historias y cómo es que permanecen. Por eso los
viejos somos grandes narradores naturales.
Todos tenemos la imagen de un niño sentado
en el regazo de su abuelo escuchando una historia. Es algo asi como el rol que
le corresponde al abuelo en una familia.
Yo no recuerdo muchos momentos así porque de pequeño perdí
a mi única abuela que conocí. Pero en mi casa existía una especie de portal en
la parte de afuera y ahí se sentaban mis padres y los vecinos. Todas las
noches, a las 7 p.m. ya iban llegando para irse alrededor de las 10 p.m.
Ahí se sentaban ellos, todos de la tercera
edad y muchas veces yo con ellos. Se juntaban religiosamente, todos los días y
contaban sus experiencias. Seguro que esos ancianos tenían muchas historias por
contar.
Todos hablaban de lo que habían pasado y
algo que me llamaba la atención que relataban lo que estaban en el día leyendo,
asi fuera el periódico, como una revista o un libro... todos leían... y que
memoria.
La lectura es una actividad muy
recomendable en la tercera edad, debido a que recrea ideas y emociones. Además,
ayuda a fortalecer y mejorar la memoria.
Mucha gente de la tercera edad reconoce
que no sabe qué hacer con su tiempo libre o que hay actividades lejanas a sus
posibilidades. Sin embargo, hay una ocupación recreativa muy provechosa que
fomenta la imaginación y curiosidad, además de mejorar la memoria. Hablamos de
la lectura.
Muchos especialistas coinciden en que las
actividades culturales ayudan a evitar la "jubilación mental" a la
que muchas personas de la tercera edad están condenadas, acción que trae como
consecuencia el fomento de estados de amnesia.
Leer es un hábito que se adquiere con los
años y requiere mínimo esfuerzo cotidiano, pero muy satisfactorio. Si no se
tiene, vale la pena comenzar poco a poco, sin ejercer presión sobre uno mismo,
pues podría tenerse el mismo efecto de una persona que, sin una práctica
periódica, se dispusiese a correr una maratón: además de cansarse, no
terminaría y lo disfrutaría poco.
Al principio, se puede dificultar juntar
las letras y con ellas originar las palabras que van creando imágenes en
nuestra mente, pero en breve los resultados se harán manifiestos: la
imaginación y los conocimientos adquiridos brindarán lucidez y enriquecerán la
personalidad.
Lo recomendable es iniciar con textos que
llamen la atención por cuenta propia o que sean recomendados por amigos o
familiares. Asimismo, piense en la posibilidad de visitar bibliotecas o trate
de hacer un circulo de tertulia, lo que le permitirá intercambiar ideas y
comentarios literarios, así como extender su grupo de amigos.
Desdichadamente, no existe cultura
literaria en muchísimas personas (cada persona lee, en promedio, medio libro
por año), por lo que hablar de ello nos parece extraño y destinado a un grupo
cerrado de personas.
No obstante, piense en el beneficio que
obtendría su familia; cuando los niños y jóvenes observan a una persona leer o
platicar sobre la temática de sus lecturas, es muy probable que la curiosidad
los haga iniciarse en el hábito, que al adquirirlo les resultará tan divertido
como ir al cine, escuchar música o salir de paseo.
Sólo es cuestión de decidirse. Leer abre
nuevos horizontes que es posible alcanzar con el suave ir y venir de los ojos
por las rutas de los libros.
Vamos... animo... quiero ayudarles y aquí
les dejo una lectura que es un ejemplo como tantas que hay y que se puede
empezar:
...cuentan que vivían en la misma aldea
dos ancianos. Uno era honrado y dulce; el otro, de avinagrada voz y ojos
astutos, era envidioso y avaro. Como las dos casas estaban frente a frente, el
envidioso se pasaba el día observando a su vecino. Se enojaba cuando advertía
que las hortalizas del buen viejo estaban más lozanas que las suyas o si
llegaban a su casa más gorriones.
El aldeano de buen corazón tenía un perro
al que quería mucho. Cierto día observó que escarbaba en un rincón del huerto y
no cesaba de ladrar.
-¿Qué te pasa? -le preguntó el viejo.
Y el fiel animal, sin dejar de escarbar,
siguió ladrando y dando aullidos. Al fin, el buen anciano cogió un azadón y
comenzó a cavar. Al poco rato su herramienta chocó con algo duro: era un
antiguo cofre, cubierto de moho. Lo abrió y en su interior encontró un
maravilloso tesoro.
El vecino envidioso había visto todo.
"¿Por qué -se decía- siempre le saldrán bien las cosas a ese
viejo?"...
Por la tarde, dominando su rabia, se
presentó con el agraciado.
-Amigo vecino, no soy fisgón, bien lo
sabes, pero los aullidos de tu perro eran tan insistentes que quise ver si pasa
algo. ¿Me prestas a tu perro unos días?
El buen viejo estuvo de acuerdo y el
envidioso se llevó el perro.
A los pocos días lo vio escarbar junto al
tronco de un árbol y creyó que había encontrado otro tesoro. Al fin iba a ser
rico y poderoso. Corrió en busca de un azadón. Al regresar vio que el can
seguía aún escarbando.
Se puso a cavar ansiosamente, pero no
encontraba nada. Luego de descansar un rato, volvió a la tarea. De pronto, el
azadón golpeó con algo. ¡Al fin! Dejó la herramienta y escarbó ávidamente con
las manos.
¿Sería su cofre?
Entre la tierra aparecieron sólo trozos de
madera carcomida, piedras rotas, trapos sucios. El viejo volvió a cavar con el azadón,
pues las manos le sangraban. Pasó más de una hora y abrió, al fin, un hoyo muy
profundo, pero no halló más que escombros.
Soltó la herramienta y se sentó en el
suelo. Lo inundaba el sudor y le dolía la espalda. Entretanto, el perro, que se
había sentado, no lejos del hoyo, miraba al viejo con ojos de burla pues sabía
que no había ningún tesoro.
Amado lector nuestra lectura es nuestro
tesoro, esta en nuestro corazón y no en el del vecino o amigo, no lo busques
donde no esta, tan solo deléitate con los sentimientos de la nobleza de tu
corazón.
Lo animo... busquemos que leer.
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