En décadas atrás, las canas, los cabellos
blancos, implicaban reverencia, respeto, reconocimiento y atención. El viejo
era no sólo amado, sino muchas veces consultado como fuente de objetividad, de
consejo divino, capaz de dirimir las cuestiones más difíciles que demandaran
juicio, el grupo hogareño al que pertenecía y aun su comunidad le daban honra.
En la historia de la humanidad, la
ancianidad para sociedades antiguas, fue objeto de veneración sin lugar a dudas.
Ser anciano era sinónimo de ser sabio, por aquello de la sabiduría que proveen
los años vividos, la experiencia, etc.
Pero las sociedades modernas, “más cultas
y más civilizadas” han marginado a los abuelos, sin importar ni siquiera cuál
sea el consejo bíblico respecto de ellos... En esta sociedad actual, ser viejo
significa estar en la cuenta regresiva esperando el desenlace. Ser viejo
significa estar fuera de juego. Ser viejo significa haber hecho ya la propia
vida, y ahora sentarse sólo a ver cómo viven los otros, somos los jóvenes, los
espléndidos, los que tenemos todavía un lugar en el mundo.
Sin duda que la sociedad ha cambiado. Hace
muchos años un excelente escritor argentino escribía una novela (El diario de
la guerra del cerdo), en la que describía, en su género, a una hipotética
sociedad del futuro que mataba a los abuelos... Pero, claro, eso era literatura
fantástica o ciencia ficción, no realidad... ¿No realidad? Lo cierto es que la
sociedad en que vivimos no mata a los abuelos. Pero los deja morir, muchas
veces.
La pregunta es, ¿qué papel debemos
adoptar, como Iglesia del Señor, frente a este fenómeno? ¿Debemos seguir los
dictados que el mundo nos impone o debemos fijar las pautas bíblicas al
respecto y seguirlas fielmente?
Para comenzar, enfoquemos el fenómeno de
la ancianidad de acuerdo a pautas bíblicas. Esto es, de acuerdo a ¿cómo ve la Biblia a los ancianos?... Veamos:
·
Job 12:12: "En los ancianos está la ciencia, y en la larga
edad la inteligencia."
·
Proverbios 16:31: "Corona de honra es la vejez que se halla
en el camino de justicia."
·
Proverbios 20:29: "La gloria de los jóvenes es su fuerza, y
la hermosura de los ancianos es su vejez."
·
Salmos 92:14: "(los justos...) Aun en la vejez fructificarán;
estarán vigorosos y verdes."
·
2 Corintios 4:16: "Por tanto, no desmayamos; antes aunque
este nuestro hombre exterior se va desgastando, el interior no obstante se
renueva de día en día."
La vejez, según Dios, es vista como
gloria, hermosura, honra, inteligencia, vigor, edad fructífera, vida interior
renovada. Y ¿qué decir del mandamiento bíblico para los jóvenes de honrar a los
padres? ¿Caducará cuando ellos sean ya mayores? ¿Por qué merecerían nuestra
honra, si Dios no los considerara diferente de lo que esta sociedad los
considera?
Según parece, la visión de Dios respecto
de los abuelos no es, por cierto, la nuestra y no es, desde luego, la que nos
enseña la sociedad actual, sabia y superada.
Ahora bien, esta visión del ser viejo se
enfrenta con el aquí y ahora, con una realidad absolutamente contraria a ella:
en verdad, el ser humano llegado a cierta edad debe afrontar varios fantasmas
difíciles de asimilar y debe aprender a convivir con ellos:
Llega el fin de su "vida útil".
Para la economía, pasa a ser un "pasivo". Ya no produce. No genera
riqueza, luego, no existe. No puede trabajar más o no debe trabajar más. Se
jubila. Necesariamente debe abandonar su carrera, su vocación, su estilo de
vida, sus horarios, sus responsabilidades, aquello que hizo cada día de su vida
durante años. Es hora de pantuflas y sillas mecedoras, no importa cuán vital
uno se sienta. Pasa de ser protagonista a ser espectador. Pasa de vivir la vida
y de hacer la vida, a ver la vida desde afuera. Y por esto mismo, comienza a
tener apremios económicos, por lo menos en nuestras sociedades poco
desarrolladas del tercer mundo. Y ya que ha sido obligado a abandonar su
actividad natural, ahora deberá hacer cualquier cosa para ganarse unas monedas,
si no quiere resignarse a pasar apreturas económicas. Así es que, al llegar a
la madurez, la persona no sólo deberá abandonar lo que siempre le ha gustado,
sino que además deberá aprender a hacer lo que nunca hubiera hecho. Ya no podrá
vivir como antes, ni disfrutar como antes, ni vestirse como antes, ni
divertirse como antes, ni tener vacaciones como antes, ni atenderse médicamente
como antes, justo ahora, que empiezan a aparecer todos los achaques... la tele
sin cable, la radio sin pilas, la comida sin sal, la casa limitada por las
cuentas, el auto guardado y así sucesivamente.
Los abuelos tienen temores y ansiedades de
todo tipo: el cuerpo ya no responde, el dinero no alcanza para las medicinas,
quién se podrá hacer cargo de uno y los amigos van partiendo uno tras otro como
las hojas caen del árbol en otoño.
Ahora, el tiempo sobra y el viejo no sabe
qué hacer con él. En su nueva calidad de espectador que le han asignado no se
siente cómodo, pero nadie le pregunta si está o no cómodo. No le han dado a
elegir esta situación. No hay nada qué hacer con el tiempo: se duerme más de la
cuenta o a veces se padece de insomnio, con lo que el día y sus ansiedades se
alargan más de lo recomendable. Comienza el ensimismamiento.
La soledad se agiganta, se casan los
hijos, hacen su propia vida y con ella, la depresión siempre lista para atraparlo.
Nada que hacer, nada que esperar, nada que interese. Nada.
La existencia parece convertirse sólo en
una espera. Espera del fin, espera de lo inevitable. Ya no hay proyectos, no
hay motivaciones, no hay medios para lograrlos. Ya no se es importante.
Ahora bien, el panorama parece ser muy
desalentador, quizás descrito con demasiado dramatismo. Y sin embargo, así es
la realidad de cientos de personas de nuestra sociedad y de nuestras iglesias
también y no podemos permanecer ajenos. Porque terminaremos nuestra
"segunda edad" algún día o porque tenemos cerca, seguramente, algún
mayor en la familia o en la iglesia.
¿Cómo hacer para que la ancianidad no se
convierta en una terrible edad? ¿Cómo hacer para que la vejez no resulte ser la
muerte a plazo fijo, adquirida en incómodas cuotas?
Hay una tendencia en psicología, llamada
"logoterapia", que plantea una premisa por demás interesante, tomada
a su vez de un filósofo existencialista llamado Nietszche: "Quien tiene un
por qué y un para qué de la existencia, encontrará seguramente un cómo".
La clave es, entonces, encontrar nuevos propósitos para la vida en esta nueva
etapa. Encontrar nuevos por qué y para qué. Una o varias razones que den
contenido a la vida ahora que parece haberse vaciado del contenido que tenía y
para encontrar estos propósitos, como es obvio, lo necesario es buscarlos.
Estos propósitos son de tres tipos
diferentes y son muy importantes y no excluyentes: propósitos espirituales,
propósitos del alma y propósitos materiales y/o físicos.
Propósitos Espirituales: todo ser humano
necesita cultivar la dimensión espiritual, porque él mismo es un ser dotado de
espíritu y si no atendiera a dicha dimensión estaría desatendiendo parte
esencial de él mismo, con lo cual sería un ser incompleto. Mucho más aún un
hijo de Dios: cultivar hasta el fin la relación con Dios hará que el hombre
interior se renueve de día en día, como dice la Palabra, permitirá que siga
produciéndose un bendito crecimiento espiritual, porque cuanto más conocemos a
Dios más nos resta por conocerle y además hará que la paz de Dios, que
sobrepasa todo entendimiento pueda llenar el corazón y los días con alegría,
regocijo y esperanza.
Propósitos Del Alma: el área de
nuestra mente es también muy importante: los pensamientos, los sentimientos,
los gustos, las emociones. La edad madura es la oportunidad de leer aquello que
nunca tuvimos el tiempo para leer o dedicarse al hobbie que siempre tuvo que
postergarse por cualquier razón, o cultivar las amistades que los hijos y el
trabajo fueron dejando de lado.
Propósitos Físicos O Materiales: cuando uno debía
cumplir cientos de obligaciones siempre penaba por el escaso tiempo para
caminar o pasear o hacer otra actividad física. Pero resulta que, cuando el
tiempo es lo que sobra, las fuerzas faltan y entonces el sillón frente al
televisor es la opción más apetecible. Sin embargo, alguna actividad adecuada a
la edad y al estado físico siempre redundará en mejor salud y una mejor salud
mejorará la calidad de vida y la mejor calidad de vida dará tregua para la
satisfacción del alma y el espíritu. Una caminata con un amigo, un suave
ejercicio de relajamiento en las mañanas. ¿Y qué decir de un pequeño trabajo,
más allá de la necesidad económica? ¿Y de seguir cultivando las habilidades
manuales que uno haya poseído en la juventud?
Ahora bien, encontrar estos propósitos
hará que la vida siga siendo digna de vivirse. Porque encontrar una razón para
vivir es encontrar la vida misma, es poder seguir el camino mirando hacia
delante.
Por favor siga en: Vejez, Un Reto A
Considerar... YA (Parte 2) No olvide que esta es una publicación semanal.
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