Porque el momento vendrá y su tiempo no
esta en manos de nosotros
Cuando se acerca el encuentro con el Dios
que nos espera y al que hemos consagrado la vida, es porque a diferencia de
muchos hemos logrado llegar a esa vejez de los años finales. Es la época
propicia para entregarnos en manos del Creador, como gesto de sumisión y
agradecimiento, como ofrenda última y definitiva. Él fue el origen de nuestra
existencia y también la meta final a la que estamos destinados. El Espíritu que
hace tiempo se nos dio, queremos de nuevo entregarlo a su dueño con amor.
Esta respuesta agradecida es lo mejor que
puede ofrendarse durante la ancianidad. Jesús mismo había dicho: "Por eso
me ama el Padre, porque yo pongo mi vida, para volverla a tomar. Nadie me la
quita, sino que yo de mí mismo la pongo. Tengo poder para ponerla, y tengo
poder para volverla a tomar. Este mandamiento recibí de mi Padre." (Juan
10:17..18). Esta frase alcanza su mayor expresión en este último trayecto,
cuando todo se apaga y desvanece.
Es el momento de la ofrenda final, después
de haber ido entregando tantas cosas como aporte a la sociedad, ahora sólo
queda un resto de existencia, al que seguimos apegados por ser lo más nuestro y
lo que más queremos. Entregarla voluntariamente al Señor es el gesto de cariño
más verdadero.
Testigos de la trascendencia: Contemplando las huellas de Dios en el pasado
Nadie sabe la vejez que le espera.
Los condicionantes de todo tipo pueden
reducir al extremo la energía vital. Es una posibilidad que no depende de
nosotros y que ciertamente no resulta deseable. En cualquier caso, por ello,
habría que estar preparado para semejante eventualidad. Y la única forma de
prevenirla es haberse acostumbrado a repetir con anterioridad, cuando las fuerzas
y la lucidez aún se conservan plenamente, esta entrega confiada y agradecida.
En este mundo tan reacio a la dimensión
espiritual, las personas mayores, aunque puedan parecer inútiles, se
convertirían en un testimonio impresionante de trascendencia. Un rostro
arrugado por los años y una vida gastada, henchida de esperanza e iluminada por
la fe, es un regalo formidable para todos. No hay nostalgia del pasado, lo que
ya entregó con gusto, con alegría lo dio. Echa la mirada hacia atrás y se goza
con recordar el pasado porque, desde la cima en la que ahora se encuentra, se
hace más fácil contemplar las huellas de Dios en su ínfima historia que todavía
continúa.
Pero esta cercanía a Dios propicia una
apertura hacia los demás, que elimina el riesgo de una actitud solitaria,
egoísta, centrada en sus preocupaciones personales, como si los otros no
contaran nada más que para valerse de ellos. La sabiduría que los mayores han
depositado en su corazón debe manifestarse, sobre todo, en esta doble actitud.
La hora inevitable del relevo: Una actitud solidaria y altruista
Duele aceptar la hora del relevo, cuando
por detrás llegan nuevas generaciones que desean abrirse paso y se empieza a no
contar con la experiencia de los mayores. Muchos proclaman y quieren convencerse
a sí mismos, contra la injusticia que los otros cometen, de que aún están
capacitados para cumplir con las tareas de siempre y con una preparación
superior a cualquier novato.
Cuesta entenderlo, pareciera fuera un robo
que se comete cuando alguien nos sustituye, sin acordarnos que eso mismo
hicimos nosotros con anterioridad y sin ningún complejo de culpa, cuando
también se apartaron los que nos precedían por delante.
Es curioso observar las justificaciones
que se ofrecen para no perder el trabajo activo, la responsabilidad y la
influencia de antes. Lo que molesta es asumir las condiciones del destino. Que
el ritmo de vida trepidante, dinámico y creador no sólo ha ido disminuyendo con
el paso de los años, sino que ahora lo condenan a una marginación laboral y lo
relegan como algo que ya no es necesario.
Aun cuando todavía hay fuerzas y capacidad
para desempeñar el mismo trabajo, hay que recordar que por detrás vienen otros,
cargados de ilusiones y esperanzas que no podrán realizar, mientras no haya espacio
para ellos en una sociedad donde no caben todos los trabajadores.
El sereno retiro hacia la jubilación es
una actitud solidaria con aquellos que buscan un horizonte más estable y una
forma de caridad evangélica. El relevo aceptado es fruto de una comprensión que
a lo mejor no tienen los jóvenes con las personas de mayor edad. Pero en algo
habrá de notarse la sensatez y la sabiduría de los mayores. Su abolengo, como
la de los buenos vinos, se almacena en las bodegas del tiempo.
Libertad para la ayuda y el servicio: La vida que se comparte
La vejez es una época en la que por la
ausencia de otras obligaciones laborales, queda un tiempo mayor para otro tipo
de actividades. Las circunstancias de cada uno podrán ser diferentes y en
algunos casos, ciertos condicionantes podrían disminuir el margen de libertad.
Pero la salud y la capacidad de este segmento serán durante muchos años, una
fuerza y una riqueza, que no deberían perderse con el aburrimiento y el ocio
estéril. Es consolador observar la ayuda formidable que muchos de estos
creyentes ofrecen a ministerios de la Iglesia o en trabajos sociales. El tiempo
y el corazón que ponen en tantos servicios asistenciales de toda índole. El
aumento significativo de personas en esta situación exigiría también, por parte
de los responsables de estas instituciones, una adecuada planificación para
ofrecer a cada uno los trabajos más adecuados a su propia capacidad.
La vida que se entrega a Dios es para
compartirla también con los otros. Y esta doble apertura espiritual se
convertirá, incluso desde el punto de vista psicológico, en una estupenda
terapia ocupacional para las personas mayores. La sensación de estar ocupadas y
de que todavía prestan alguna colaboración, no sólo entretiene, sino que
dinamiza y estimula para no darse por vencidos y quedar encerrados en sus
propios problemas. No hay mejor regalo para la psicología del anciano que
fomentarle de esta manera el sentimiento alegre de que continúa siendo útil y
provechoso.
El esfuerzo social que hoy se hace para
llenar los tiempos libres en las personas de tercera edad es digno de encomio.
Es una forma de potenciar los valores personales, cultivar las propias
aficiones, descubrir otras maneras de distraerse que no sean sólo tomar el sol,
ver la televisión o jugar a las cartas, aunque tampoco esto sea condenable en
su debida proporción. Pero esta alternativa humana queda suplida con creces,
cuando el creyente consagra este período de su existencia a las tareas en
consonancia a su propia fe. El servicio a la Iglesia, en sus diferentes
modalidades, dejará más lleno el corazón que cualquier otra actividad.
El momento de la autenticidad: No existen ancianos inútiles
Podríamos decir que en la vejez se
manifiesta la verdad más profunda del ser humano, lo que llevamos por dentro y
habíamos escondido bajo las apariencias de una fachada exterior, que ya no se
puede sostener. Las fuerzas físicas y las presiones sociales se han debilitado
hasta el punto de no poder encubrir la realidad de nuestro interior. Aflora
hacia afuera la autenticidad positiva o negativa que se había labrado en el
curso de la propia historia. A medida que se envejece, la persona demuestra lo
que es, sin las máscaras que deformaban su verdadera imagen.
Ahora que las personas mayores irán aumentando de manera
significativa, como hemos dicho, sería una gracia extraordinaria que, en la
misma proporción, fueran cada vez más los ancianos y ancianas que se
convirtieran a Dios. Lo más opuesto a una comunidad cristiana es un pueblo de
viejos que no se identifica por la fecha de su nacimiento, sino por la falta de
alegría, esperanza, ilusión y solidaridad.
El viejo que se ha dejado iluminar por
Dios vive con un talante distinto, porque ha descubierto, y lo transmite sin
querer a su alrededor, que sólo Él vale la pena, sin que ello suponga un
desprecio o rechazo de los buenos momentos, de los gozos humanos, de tantas
experiencias positivas, que hicieron el camino más gustoso y llevadero.
Recogiendo la palabra de 2 Corintios 5:1, también en él, en la medida que la
morada terrenal se desvanece y las esperanzas humanas se quiebran, siente la
experiencia interior de que Dios queda como absoluto, como lo único de veras
importante.
El gran regalo de la fe, es la certeza de
que en el atardecer de la vida, se ve con más fuerza la cercanía de Dios. Y
esta misma presencia invita, a su vez, a una entrega generosa al servicio y
preocupación por los demás. Aunque no se pueda dar mucho, pero lo más
importante en estos momentos, como la ofrenda de la viuda (Lucas 21:1..4), es
ofrecer, con el corazón henchido de cariño, lo poco que se tiene. Si este
testimonio se multiplicara, nadie podría decir, entonces, que la vejez termina
siendo una edad inútil e insensata.
Y TU... ¿QUÉ ESTAS DANDO?
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