Cada vez que hablo de la ancianidad es una
oportunidad muy especial para anticipar los caminos por los que hemos de
transitar como Pueblo de Dios. Nadie a excepción de los que mueren jóvenes o
niños, se salvara de transitar por el camino de la ancianidad.
Me gusta compartir, dar un grito de alerta
y reflexionar algunas inquietudes acerca de la necesidad de gestar, de concebir
hoy un proyecto que permita producir y reproducir una nueva cultura de la vejez
ante el futuro que se está generando, entre otras cosas, por el aumento
acelerado del grupo de población representado por las personas adultas mayores.
La existencia cada vez más numerosa de los
adultos mayores en nuestras sociedades y con ellos de sus demandas, pero sobre
todo el salvaguardo de su dignidad, nos debe poner y mantener atentos,
vigilantes ante el futuro y especialmente habilitados moralmente y
espiritualmente, para asumir los retos y compromisos familiares, sociales, políticos
y propiamente cristianos que se derivan de una nueva realidad de la vejez, no
olvidemos que nunca antes en la historia del hombre, sus diferentes sociedades
tuvieron números altos de adultos mayores, en otras palabras tenemos ante
nosotros y para nosotros, un reto a lo desconocido y una obligación para darle
soluciones.
Me conmueve en lo mas profundo de mi ser,
el ver y enterarme día a día de la inmensa cantidad de hombres y mujeres de la
tercera edad que sufren callados e impotentes el insoportable peso de la
miseria, así como diversas formas de exclusión social, étnica y cultural; ellos
son personas humanas únicas, que ven en el día venidero un horizonte cada vez
más oscuro, tormentoso y su dignidad cada momento mas mancillada por la
arrogancia de jóvenes y/o entidades que ven como solución a ellos su muerte.
¿Adonde queda cada vez mas su preeminencia como creación a imagen y semejanza
de Dios?
Varios estudios presentados en este blog,
expresan las nuevas realidades demográficas y culturales de la tercera edad
prácticamente en todas las sociedades. Expresamos en ellos nuestra preocupación
y grito o llamado de atención para todos, porque hacia ella vamos y caminamos
todos y porque el avance de los años en nuestro cuerpo nadie ni nada lo
detiene. Inexorablemente ella es la entrada a la etapa final de nuestras vidas.
Tradicionalmente se ha dicho y esto es una
verdad incuestionable, que es una realidad social compuesta y prioritaria de
resolver por los gobiernos... Pero... seriamente ¿qué hacen? Prácticamente
nada. Así nuestros viejos, nuestros narradores de la historia popular mueren a
cada momento, en los portales de las vías publicas, abandonados en algún
hospital o asilo de ancianos. ¿Quién por ellos?
Debemos afrontar la verdad de nuestras
realidades nacionales en las que aún no hemos sido del todo capaces de afrontar
la problemática de los niños, ya que sabemos que existe el abandono, la
desnutrición, la calle, la violencia intrafamiliar por mencionar algunos
problemas; al ver y hacer un balance de lo anterior la situación de los
ancianos en situaciones de dificultad, se torna todavía más preocupante que en
la actualidad, por la acentuada tendencia de crecimiento demográfico de este
sector de la población.
Por otra parte los jóvenes en nuestras
ciudades todavía carecen del apoyo social que merecen en cuanto a oportunidades
educativas y laborales, situación que a dado paso a las emigraciones, a las
pandillas, a las maras, a los narcos y otras tantas formas de violencia social
y criminal; carencias que los vuelven insensibles sociales, sin compromisos
ante un futuro que no visualizan y si lo visualizan se pinta tan negro como el
de los adultos mayores.
Todas estas realidades nos plantean la
necesidad inmediata de una rectificación de rumbos en las políticas sociales
nacionales, pero también nos plantean a las iglesias, sean cuales sean, la
necesidad de fijar nuestros pies sobre la tierra y ejercernos un juicio ético
sobre la situación de la ancianidad y del compromiso evangélico
socio-eclesiástico, sobre todo en el seno mismo de las familias, apoyadas por
la acción constante ejercida por los fieles. Ya no podemos las iglesias seguir
invirtiendo en mega infraestructuras, ya no podemos las iglesias creer que con
el simple hecho de predicar la palabra de Dios hemos cumplido, no, no y no,
tenemos que enseñar y enseñarnos a caminar como cristianos, a hablar como
cristianos, a vivir como cristianos, a actuar como cristianos... en otras
palabras a hacer vida y estilo de vida el cristianismo.
Las personas de la tercera edad serán
pronto más numerosas proporcionalmente a las que hay ahora; esto plantea la
necesidad de hacer cultura sobre la ancianidad, ya que por una parte los
mayores, sobre todo si son pobres, solos y enfermos, necesitarán de mejores
garantías sociales, del apoyo de los suyos, especialmente sus vecinos, amigos y
conocidos, de la iglesia y de la sociedad como tal; muchos otros, sin duda,
estarán en condiciones de participar y de estar activos, de acuerdo a sus
circunstancias, en la vida familiar y social y para esto ellos, sus familias,
la Iglesia y la sociedad en general debemos de estar preparados y activos.
Debemos tomar en cuenta al viejo como un
hacedor de cultura, no olvidemos que la cultura es el hacer transformador del
hombre, la manifestación que caracteriza todo su comportamiento y su forma de
vivir, de resguardarse y de vestirse. Hacer una cultura para la tercera edad
nos implica hacer un ejercicio crítico sobre nuestra cultura actual en lo que
se refiere a la manera de entender y vivir la edad avanzada.
Es en la concepción de una nueva cultura
para con los ancianos, donde necesitamos, desde ahora hacer vida la palabra de
Dios, que nos manda a trasformar el entendimiento, cambiar urgentemente de
mentalidad e incluir a las personas mayores en todos los aspectos de la vida,
como también en la planeación del futuro de su vida en la sociedad.
En fin la idea pretende tratar de dar a
entender a los diferentes grupos o rasgos sociales, de forma real y concreta,
que la vejez es y forma parte de la vida humana y que así, como hay en la
sociedad espacios urbanos específicamente para los niños y para los jóvenes;
con sus actividades propias y atendiendo sus gustos y exigencias de bienestar y
desarrollo humano, así también las personas mayores deben estar presentes en la
vida familiar, comunitaria y social para desarrollarse como tales, como
personas ancianas y acceder a la participación, a la posibilidad de organizarse
y a ejercer su derecho, entre otros, de afecto y seguridad social.
La esencia de esta idea, trata del aceptar y comprender, como experiencia
sociocultural, que el progresivo aumento de la oportunidad de vida, es un signo
de nuestro tiempo por lo que es necesario reconocer y evaluar en aras de la
dignidad del anciano, todas sus necesidades y expresiones culturales, sociales,
morales y espirituales.
Ineludiblemente que estamos ante un
fenómeno que no tiene marcha atrás, porque el aumento de la longevidad, está
interrelacionada con una serie de causas que continuarán influyendo positivamente,
como el progreso científico que prolonga la vida y el natural envejecimiento
colectivo de una población mayoritariamente joven que, dentro del transcurrir
de los años, tiene que llegar a la edad avanzada.
En un panorama del futuro social, es lógico
que con la realidad contemporánea, la forma actual de tratar y atender asi como
la convivencia humana, resultarán modificadas, porque cada año será mayor el
número de personas envejeciendo y la sociedad en su conjunto, tenderá a tener
más presencia de ancianos.
Este crecimiento y presencia mayoritaria
del segmento anciano, en el estado actual de las cosas, corre el riesgo de
permanecer silenciosa, con el peligro de ser excluida, ignorada como si no
existiese y por consiguiente corre el riesgo de ser vejada.
Mayoritariamente nuestras sociedades y
culturas actuales, demuestran vorazmente una actitud economicista, pues son
propiamente desarrolladas dentro de una cultura de consumo y posesión de bienes
materiales.
Esa expresión y vivencia cultural actual,
no aprecia el valor específico de esta etapa de la vida, porque en el
consumismo se insiste en la productividad económica, la vida activa y
eficiente, la prestancia física y por consecuencia, se ignora el sentido de la
longevidad.
Así es la realidad social actual en la que
vivimos, no quiere ver para no aceptar que la vejez es un hecho y se le trata
de poner al margen, bien como una etapa compuesta básicamente por enfermedades,
como una etapa improductiva de futuro corto o bien como premisa anticipada de la
muerte.
Por desgracia cada día se difunde más la
mentalidad y los actos contra la vida mediante campañas en favor de la
eutanasia junto con otras expresiones de la anticultura, juzgando al enfermo y
al anciano como estorbo y carga para la familia y la sociedad.
Pero los cristianos no podemos olvidar que
la voluntad de Dios se puede revelar en la edad senil, incluso cuando ésta se
ve marcada por límites y dificultades. “Dios ha escogido lo que el mundo
considera necio para confundir a los sabios; ha elegido lo que el mundo
considera débil para confundir a los fuertes; ha escogido lo vil, lo
despreciable, lo que no es nada a los ojos del mundo para anular a quienes
creen que son algo. De este modo, nadie puede presumir delante de Dios” (1
Corintios 1, 27..28).
El designio de salvación de Dios se cumple
también en la fragilidad de los cuerpos ya no jóvenes, débiles, estériles e
impotentes. Así, del vientre estéril de Sara y del cuerpo centenario de Abrahán
nace el Pueblo elegido (Romanos 4:18..20). Y del vientre estéril de Elizabet y
de un viejo cargado de años, Zacarías, nace Juan el Bautista, precursor de
Cristo. Incluso cuando la vida se hace más débil, el anciano tiene motivo para
sentirse instrumento de la historia de la salvación: “Lo saciaré de larga vida,
Y le mostraré mi salvación” (Salmo 91:16), promete el Señor.
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