Nos
ha tocado vivir en un mundo y un tiempo en que el ser humano pasa obsesionado
por mantener las apariencias. Es normal querer vernos lo mejor posible, pero
este deseo ha llegado a un extremo en el mundo moderno.
Por
un lado, los ejemplos de belleza que nos da nuestra cultura son perfectos o
mejor dicho son artificialmente perfectos. Por el otro lado, las personas
comunes y corrientes que vemos cada día están tratando más y más de acercarse a
un modelo de belleza que es imposible de alcanzar. Un indicador de esto es así,
es el número creciente de personas que se someten cada año a la cirugía
plástica. Y la cirugía plástica, que antes era principalmente dominio de las
mujeres, ahora está viendo creciendo con el
número de hombres. Parece que todos anhelan acercarse a ese modelo de la
perfección, vendido dentro de los estándares comerciales.
Por
supuesto, la cirugía plástica no es mala en sí. En casos de deformaciones
grandes, puede ser parte de la misericordia de Dios. Pero es interesante ver
cómo muchas personas pretenden tener un exterior perfecto y como se lucha en contra del designio de Dios
que es el envejecimiento como parte de nuestro ciclo vital.
¿Por
qué será tan importante para ellos verse bien? ¿Será que están tratando de
ocultar alguna imperfección interior?
Quizás,
detrás de las caras perfectamente maquilladas y los cuerpos esbeltos de nuestra
sociedad, hay una multitud de almas deformes. Quizás existen, aun en este
lugar, corazones quebrantados y destruidos por el pecado. La realidad es que
ningún cirujano plástico puede quitar la deformidad del alma.
La
verdad de las técnicas modernas para darle una nueva apariencia a cada rostro o
cada cuerpo, es que inconscientemente no queremos llegar a la edad cuando la piel comience a mostrar sus
líneas de expresión; término conocido en el calo popular como arrugas. De modo,
pues, que la gente trata de revertir el proceso de envejecimiento.
La
piel es el órgano más grande del cuerpo. Se encarga de proteger al resto de los
órganos de la entrada de sustancias nocivas en el cuerpo, hidrata el interior y
ayuda a eliminar excesos de agua, toxinas y grasas.
Con
el paso de los años, la piel se hace menos elástica. A medida que pasa el
tiempo, se reduce la producción natural de grasa que protege e hidrata la piel.
Como consecuencia de esto, la piel se ve más seca, deshidratada y es más
propensa a tener arrugas y marcar las líneas de expresión.
Las
arrugas en la piel son parte natural del envejecimiento de una persona. A
medida que nos hacemos mayores, la piel sufre cambios: se torna más delgada,
menos elástica y más seca. Como resultado de esto, las arrugas y las líneas de
expresión aparecen y se empiezan a marcar en la cara, convirtiéndose en signos
visibles del paso del tiempo.
Así,
muchos de los que van descubriendo flacidez en su piel comienzan a hacerse
cirugías plásticas faciales, mientras que otros optan por el método de ponerse
inyecciones con el fin de mantener la frescura de la juventud.
Pero
la verdad no puede ser ocultada. La batalla por conservar nuestra apariencia
juvenil está perdida. El proceso de desgaste de nuestro cuerpo nos revela que hay tres etapas para cada vida:
la niñez, la juventud y la vejez. De manera que en lugar de perder el tiempo y
el dinero en lo inevitable, deberíamos dedicarnos a cultivar aquellas
cualidades internas que son las que si permanecen y las que mejor hablan de
nuestro rostro interno. Alguien apunta: "El tiempo puede arrugar la piel,
pero la preocupación, el odio y la pérdida de ideales arrugan el alma".
Leí
sobre alguien que se había hecho un implante capilar. Esa persona había
decidido invertir tiempo, ahorros y riesgos en sembrar cabellos sobre su
calvicie. A lo mejor, este hombre creía que cual Sansón, su fuerza dependía
secretamente de la voluptuosidad de su cabellera. Lo gracioso es que este
hombre nunca admitió que se había hecho un implante. Cuando le preguntaban por
la cicatriz huella del implante decía que se había caído. La mentira quedaba en
evidencia y generaba murmullos de critica y de compasión a sus espaldas.
Como
el hombre anterior sé de muchos y muchas que tienen su discurso
autojustificador: algunas expresan su necesidad de combatir las secuelas de los
embarazos y la lactancia, mientras que otras evidentemente solo anhelan
competir con sus hijas adolescentes. Pero muchas otras, creo que las más, solo
son víctimas más o menos conscientes de lo que la moda impone y el mercado de
vanidades factura.
Estoy
en los primero cinco de los sesenta. Tengo canas y trato de disimularlas con un
tinte. Veo con asombro, porque hasta
uno considera que envejecer es algo que le pasa a los otros, como asoman mis
arrugas de expresión porque sé que llegaron para quedarse. Pero pese a todo,
hasta ahora he sido y moriré siendo, un firme admirador de la belleza al
natural o de la fealdad natural, me da igual. Respeto, admiro y me conformo con
lo que Dios da a cada uno.
En
el proverbio 20:29, nos encontramos con una sabiduría que debiera ser atendida
por todos: "La gloria de los jóvenes es su fuerza, y la hermosura de los
ancianos es su vejez"
Note
usted que mientras a los jóvenes se les enaltece por su fuerza, la ancianidad
es alabada porque en ella brota otro tipo de belleza.
Es
obvio que la "hermosura" a la que el sabio hace mención no es la que
corresponde a la física, propia de la niñez y la juventud. Pero lo que él si quiere decirnos es que
cada época, cada episodio de la vida, tiene su propia delicadeza, su propia
exquisitez, su propio encanto.
Si
tomamos el ejemplo de la naturaleza podemos decir que una es la hermosura del
árbol en sí, otra la de la flor y la otra la del fruto. De igual manera la
ancianidad tiene su propia estética llena de surcos de trabajo y de un caudal
de experiencias.
La
vida es como las cuatro estaciones del año. Con la llegada del otoño, las hojas
verdes y frescas de la primavera cambian de color. La producción de alimentos
quedó cumplida durante el verano. Colores con matices brillantes, amarillos,
anaranjados y rojos, dan al otoño una belleza comparable al verdor de la
primavera. Así también la hermosura y lozanía de lo que produjo la juventud,
comienza a dar paso a la madurez, a las canas, a la experiencia y al consejo
sabio, tan necesario para otras edades.
Pero
en honor a la verdad, tenemos que admitir que no siempre se usa esa hermosura
de los abuelos, como inspiración de vida cuando ya llegamos y cursamos por esa
edad.
El sentirse que ya sus fuerzas le han abandonado por el
desgaste de los años; el que ya su presencia es como un estorbo para otros; el
saber que ya no se sienten útiles para nada; o el vivir con el recuerdo de sus
propias experiencias, sin que sean oídas, ahonda en ellos un estado de soledad
y esto les lleva a algunos a exclamar: "No me deseches en el tiempo de la
vejez; no me desampares cuando mi fuerza se acabe..." (Salmo 71:9)
Esa
hermosura, reflejada bellamente en sus canas, debiera ser tomada en cada
familia por el testimonio de sus años vividos, para ser una "biblioteca de
consulta". Los viejos cumplimos una función de continuidad y transmisión
de tradiciones familiares.
Nadie
está en mejor condición que nosotros los viejos para ayudar a los padres y a los nietos a comprender principios
olvidados con demasiada frecuencia y sin embargo tan esenciales para la conducción
de la familia de hoy. Será por eso que alguien dijo que, "se aprende más
de diez abuelos que de diez expertos en temas familiares".
Nuestro
mundo necesita la amonestación, la advertencia y la orientación de los de edad avanzada. Sus canas y sus
arrugas nos merecen respeto, admiración, pero sobre todo inclusión.
Si,
nuestro mundo necesita insertar a sus ancianos como parte real y activa de la
sociedad, ellos han pasado por donde ahora muchos están pasando, ellos ya
tropezaron y pueden ayudarnos a no tropezar.
Los
jóvenes deben hacer con ellos hoy, lo que nos gustaría que hicieran con
nosotros mañana.
El
anciano dio todo de sí mismo, ahora espera un poco de nosotros. Recordemos lo
que nos dice otro proverbio a este respeto: "Corona de honra es la vejez
que se halla en el camino de justicia" (Proverbios 16:31).Mas sin embargo,
se espera que esa "corona de
honra", a la que debemos también ponderar, haya sido el producto de una
vida que ha honrado debidamente a su
Dios.
Los
que así han vivido y se aprestan para ir a un pronto encuentro con Dios, les
aguarda esta promesa: "Y hasta la
vejez yo mismo, y hasta las canas os soportaré yo; yo hice, yo llevaré, yo
soportaré y guardaré" (Isaías 46:4)
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