Para un cristiano, la muerte es un pasar a
la eternidad, te preparas para ello y lo aceptas con una serenidad y
ecuanimidad sorprendentes. A medida que la edad avanza, el individuo se prepara
más y disminuye la aprensión de morir; tal parece que es el amor a la vida lo
que nos hace ver a la muerte como un obstáculo para su prolongación.
Ante la posibilidad de morir, es oportuno
señalar que ni la persona más talentosa o mejor instruida se siente libre de
temores y angustias cuando está irremediablemente enferma. Las distintas
modalidades de la respuesta psicológica ante la enfermedad siempre están
determinadas por la personalidad, en la que influyen el tipo de afección y la
repercusión que ésta tenga sobre su imagen corporal, valoración social y
desempeño laboral.
El abandonar la vida de manera digna es un
objetivo noble, pero no siempre logrado. Dignificar la muerte significa que se
considere al moribundo como una persona responsable y con sentimientos, a la
que se respete su intimidad y satisfacerle su necesidad de afecto sincero de
sus familiares y amigos.
La pérdida de un ser querido siempre, en
mayor o menor grado, originará una crisis en el seno de la familia. Cuando la
muerte es de manera súbita (un accidente de tránsito o una enfermedad
fulminante, por ejemplo) en aquellos que disfrutaban de una vida plena, la
adaptación de los familiares a la pérdida es más difícil.
El hombre que no encuentra sentido a su
existencia es incapaz de movilizarse, de transformarse haciendo aflorar sus
capacidades, muchas veces inimaginadas. El adulto mayor tiene mayor tasa en
cuanto al riesgo suicida. En la medida en que las personas mayores constituyan
el segmento de más rápido crecimiento de la población, el número absoluto de
sus suicidios continuará incrementándose y se pronostica que para el 2030 será
el doble, por lo que se hace necesario profundizar en los factores de riesgo en
la vejez para atenuar dicha predicción.
Hay condiciones o factores inherentes a la
vejez que son caldo de cultivo adecuado para que se manifieste esta conducta.
Por una parte, problemas físicos: enfermedades cardiovasculares, el cáncer,
patologías artríticas, que ocasionan dolor, dependencia y muerte así como los
problemas afectivos, emocionales, que incluyen la depresión y la alteración de
la propia estima unido a la presión y hostilidad social derivadas de la
jubilación, la muerte de amigos y familiares, la pérdida de la seguridad
económica. Mientras mayor número de problemas se acumulen, mayor será el riesgo
de suicidio.
La prevención de este acto no es un
problema exclusivo de las instituciones, sino de toda la comunidad, sus
organizaciones, instituciones e individuos. En la medida en que mayor cantidad
de personas, sean profesionales o voluntarios, sepan qué hacer frente a un
paciente con riesgo suicida, mayor será la posibilidad de evitar que se
autolesione.(7)
Kant afirmaba que la felicidad resulta del
ideal de un estado o condición inalcanzable, concepto en un mundo sobrenatural
y por intervención de un principio omnipresente.
La opinión más común sobre la felicidad es
la que la concibe como un estado de ánimo en la posesión del bien y en otro
orden de cosas, la mayoría de las personas coinciden a la hora de definir si
son o no felices. Por ejemplo: satisfacción de necesidades materiales,
realización profesional e individual, solidez de la familia, entre otras. Hasta
aquí todos los aspectos en que nos basamos para tal afirmación son externos al
individuo.
Tendemos a buscar la felicidad fuera de
nosotros y así equivocamos el camino. El término felicidad tiene un componente
social, pues se trata de un concepto determinado social, cultural e histórico.
Sin obviar, el sentido individual que tiene. La felicidad se busca en nuestro
interior y para ello debemos estar preparados, educados. En ocasiones, este
fenómeno está ante nuestros ojos y no conseguimos verlo por falta de
perspectiva. Así pues, la felicidad depende de nuestro sistema de valores, de
nuestro sentido de la vida y en especial del desarrollo de nuestra
espiritualidad.
Un hombre que llega a la Tercera Edad
conservando su independencia económica ha ganado su primera victoria en la
lucha por una ancianidad digna. Para lograr esta victoria inicial tuvo que
prepararse a lo largo de su vida, enriquecer su mundo espiritual, con la
finalidad de vivir una vejez feliz usando su capacidad de contribución y aporte
social.
Resulta evidente la necesidad de hacer que
esta población sea útil a la sociedad y a sí misma aprovechando sus
conocimientos y experiencias. Esta necesidad de ser útil y feliz en la vida y
la forma de lograrlo, no está presente en nosotros desde el nacimiento sino que
se adquiere en un proceso de aprendizaje social muy complejo.
La felicidad ( bienestar físico, psíquico
y social) debe concebirse como la valoración positiva de la vida y a ello
contribuye en alto grado la salud. Entre el concepto de salud y felicidad
existe una estrecha relación. Debemos prolongar la vida, vivir a plenitud, con
la mejor calidad posible.
Hoy en día las ciencias han demostrado que
muchos problemas de salud (úlceras, HTA, cefaleas, enfermedades cerebro y
cardiovasculares, etc.) son el resultado de nuestras tensiones, lo que se
traduce como resultado de nuestra infelicidad.
En la Tercera Edad la depresión afecta al
sistema inmunológico dejando las puertas abiertas a las enfermedades. La manera
optimista de pensar ante la vida, es fundamental para reafirmar el sentido de
la existencia y la creencia de que las condiciones reales para vivir plenamente
pueden ser transformadas. Enfermo que entra a la Tercera Edad. debe aprender a
vivir con su enfermedad. En la medida en que conozca su enfermedad el adulto
mayor aprenderá a vivir en su medio social de acuerdo con ella,
proporcionándole una existencia más sana y si cuenta con una espiritualidad
desarrollada tendrá horizontes más amplios para encaminar su vida y aceptar
incluso la muerte como un proceso natural negando la idea de que toda
enfermedad es necesariamente una apología al sufrimiento.
La felicidad es, indudablemente, saber
enfrentar con valor aquellos acontecimientos que son propios de la condición
humana y que nos hacen reflexionar sobre nuestra existencia: enfermedades,
dolor, sufrimiento y muerte.
Por otra parte, nuestra sociedad debe
ofrecer oportunidades para que las personas mayores se enfrenten a la vejez.
Crear programas dirigidos al Adulto Mayor que pretendan mantener un estilo de
vida saludable en los de edad avanzada
¿De qué manera?... Utilizando un original
sistema de agrupaciones que se conocen como Clubes o Círculos para ancianos,
donde éstos se agrupan, por afinidades, para la realización de ejercicios,
juegos de mesa, cine-debates terapéuticos y participaciones literarias y
musicales. Es necesario garantizar un ambiente físico y psicológico donde se
mantengan las habilidades residuales, se adquieran nuevos mecanismos de
enfrentamiento con el hastío y a la motivación de la creatividad.
Lograr la máxima explotación de las
posibilidades creadoras de los ancianos mediante su participación activa en el
mundo, nos debe conducir a resultados satisfactorios, ya que habremos sido
capaces de transformar seres que vegetan en personas con ansias de vivir;
porque el hombre puede carecer de bienes materiales, pero no sobrevive a la
falta de respeto a sí mismo.
Somos seres creados a la imagen y
semejanza de Dios, no somos macetas y mucho menos monos. Somos seres revestidos
de una dignidad, que nos hace referencia al valor inherente al ser humano en
cuanto ser racional, dotado de libertad y poder creador, pues las personas
pueden modelar y mejorar sus vidas mediante la toma de decisiones y el
ejercicio de su libertad.
Ser viejo no significa haber caducado y
muchos menos haber sido vencidos.
El ser viejo es una etapa mas de la vida,
a la que los que tenemos el privilegio de llegar, llevamos en nuestro ser un
cúmulo de sabiduría adquirida, la cual tenemos que poner al servicio de las
generaciones que vienen atrás de nosotros, para que el mundo de vejez que ellos
encuentren, sea mejor que el que vivimos ahora los viejos.
El compromiso cristiano de trasformar al
mundo, no lo perdemos si no es hasta dejar este mundo. CAMINEMOS.
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