Una hermana me escribió y en síntesis
planteaba:
"Soy
una mujer sola con muchas penas. ¿Será que por mi edad tan avanzada no tenga
derecho a un consuelo? Sufro de soledad y desprecio por parte de quienes me
rodean como si fuera objeto inservible, estorbo, me hacen sentir la vergüenza
de la familia, principalmente mis hijos.
No
tengo con qué mantenerme, lo único que tengo es la casa que con sacrificio
edificó mi difunto marido y que mis hijos se pelean por tenerla. Un domingo,
reunidos en la casa, mis dos hijos llegaron a un acuerdo, el que se quede
conmigo, el que me atienda, se queda con la casa. Me duele saber que para ellos
ya no soy su mamá, sino una carga que les dará un beneficio cuando muera.
Para ellos la mamá anciana es un estorbo. Pero...
¿tienen derecho a insultarme, humillarme y amenazarme con sacarme de mi casa?,
¿Dónde están mis bellos hijos?
Estoy
sola, sin el apoyo de mis hijos, ya vieja, sin trabajo y casi en la calle. Mi
hija dice que la Biblia dice: "El que no trabaja que no coma", pero
yo ya no puedo trabajar, créame que si pudiera estaría trabajando, pues no le
tengo miedo al trabajo, pero estoy muy mala, tengo alta presión, colesterol,
artritis, entre otras.
Pregunto,
¿por qué a las ancianas todos los males nos achacan?. Disculpe por mis quejas
pero no lo hago sólo por mí, lo hago por tanta anciana y anciano que sufre el
mismo desprecio por ser viejos..."
En verdad hay que pensar en tantas
ancianas y ancianos abandonados a su suerte, pero lo más preocupante es que
este segmento de la población crece y son mas día a día.
Hay de aquellos jóvenes y adultos llenos
de fuerzas que descuidan o maltratan a sus ancianos. No parecen pensar en lo
rápido que pasa el tiempo o en refrán que dice: "como te veo me vi y como
me ves también te verás", lo que quiere decir que no hay que burlarse de
las personas mayores porque vamos a tener la misma apariencia cuando tengamos
la misma edad y eso si logras envejecer sano, ten en cuenta que el estilo de
vida consumista y agitado de hoy, reducen las posibilidades de seguir viviendo
sanos; cada vez más jóvenes de repente mueren.
Debemos respetar y ayudar a los de nuestra
familia. No podemos tratar de ignorar que nuestros padres y abuelos trabajaron
duro para ayudar a sostener el hogar que de niños y jóvenes disfrutamos, ellos
nos proporcionaron educación y nos ayudaron para nuestra educación profesional
y muchos de estos padres ancianos, continúan ayudando a sus hijos con carrera o
trabajo, aun ya casados. Por ende, en la familia, no sólo se debe respetar a
los mayores sino amarlos y cuidarlos.
Le decía a la hermana que escribió, que su
caso, no es único y mucho menos raro, veo con pena cómo ha llegado a su
ancianidad, en medio del desprecio y el desamor de su familia; difícilmente
podemos predecir cómo se desarrollaran los sentimientos de los hijos y las
relaciones familiares.
El ser humano en su miseria, llega a
trastornar su escala de valores relegando los sentimientos filiales,
prefiriendo los intereses materiales. Lamentablemente esto sucede mucho en
nuestra iglesia cristiana evangélica como en la católica. ¿Acaso en la Iglesia
no sentamos bases para el amor y respeto a los padres y a proteger la familia?
Por cierto, en su caso, se está interpretando ventajosamente lo de que "El
que no trabaje que no coma"; Debería fijarse en el sentido y contexto que
Pablo cita la frase y no quererle aplicar lo que de ninguna manera se quiere
decir.
Usted es la dueña de esa casa, usted tiene
todo el derecho de venderla para tener un fondo para su viudez y ancianidad;
tradicionalmente se piensa y es bueno, heredar algo a los hijos, siempre y
cuando estos se lo merezcan y en este caso los resultados están a la vista. No
siempre sucede así, pero suele suceder. Así que Usted puede realizar la venta y
quitar la "manzana de la discordia", claro que haría algo que sus
hijos jamás esperarían y jamás le perdonarían, pero eso seria la mejor lección
para sus vidas. Al fin y al cabo cada cual cosecha lo que siembra.
Tal vez usted se preocupe por un lugar
para vivir y la atención en sus últimos años; la venta de la casa le permitiría
alojarse en un asilo donde podría encontrar a otros adultos mayores para
platicar y convivir y donde le darían atención y trato digno.
Se pregunta: ¿Por qué a los ancianos nos
achacan todos los males mientras que a los hijos no se les achaca culpa? La
invito a reflexionar en esta porción bíblica en Ezequiel 18:2 donde se
cuestiona: "...Los padres comieron las uvas agrias, y los dientes de los
hijos tienen la dentera". Hay gran cantidad de padres que aman tanto a sus
hijos que si fuera posible expiarían las culpas de ellos, padres chomborones
les llamo yo, porque eso no es bueno, cada cual ha de entregar sus cuentas; por
eso a los hijos hay que educarlos y corregirlos, para que asuman su
responsabilidad con una sensibilidad de conciencia, es decir: saber reconocer
cuando se ha hecho el mal y cómo enmendarlo. El veredicto de Dios es que cuando
eso no sucede: el Señor juzgará a cada cual por sus obras.
La Biblia tiene mucho que decir sobre el cuidado de padres
ancianos y otros miembros de la familia que no son capaces de cuidar de sí
mismos. La iglesia cristiana primitiva actuó como la agencia de servicios
sociales para otros creyentes. Se preocupaban por los pobres, los enfermos, las
viudas y los huérfanos que no tenían a nadie más para cuidarlos. Los cristianos
que tenían familiares necesitados debían suplir esas necesidades. Por
desgracia, cuidar de nuestros padres en su vejez ya no es una obligación que
muchos de nosotros estamos dispuestos a aceptar.
Tal como la memoria histórica de los
pueblos los hace olvidar y repetir los errores pasados, de acción y de omisión,
las personas tienden a olvidar lo recibido de sus padres, desde el cuidado y
alimentación cuando recién nacidos, hasta sacrificios personales de tiempo y
dinero para su educación. Y no es falta de memoria histórica familiar, es un
mecanismo egoísta para olvidar la dedicación paterna y materna recibida.
Muy fácilmente, los padres de familia
jóvenes y en edad madura, egoístamente pueden despreciar cada vez más lo
recibido de sus padres, dándolo como una obligación que cumplir sin mayor
mérito. Atender a los padres que envejecen o ya ancianos, es vista por adultos
egoístas como carga incomodísima, que demanda algo que quieren tener para su
exclusivo provecho.
El envejecimiento humano es sinónimo,
desgraciadamente, de pérdida de facultades y al mismo tiempo puede serlo de
testarudez, necedad, mal carácter y cerrazón a ideas y costumbres que a través
de su vida llegaron a considerar como propias: yo tengo razón y las nuevas
generaciones están equivocadas. Los viejos chochan, entorpecen sus movimientos,
pierden la memoria reciente y enferman cada vez más fácil.
Los padres que envejecen o ya ancianos
pueden ser una carga, pero es el proceso vital de todo ser viviente. Esta carga
es una responsabilidad ineludible, a cumplir con el mismo amor con que se
atiende a los hijos al prepararlos para la vida. La dificultad de atender a los
viejos es más gratificante que atender a los hijos y el premio divino inmenso.
La Biblia es muy clara en cuanto a la responsabilidad para
con los padres ancianos, con todas sus debilidades, fallas y exigencias. La
palabra de Dios es más exigente que cualquier palabra humana sobre el deber ante
los padres. Dios no deja de amenazar a quien no lo cumple y de ofrecer
recompensa a quien da amor a sus viejos. Debemos dar a nuestros padres lo que
necesitan de nosotros, en cosas materiales, lo más cómodo, pero esencialmente
en tiempo, tiempo lleno de calor, de cariño y de mucha comprensión de sus
debilidades y de su soledad. No olvidar que, si no morimos en plenitud de vida,
también nos haremos ancianos y requeriremos tiempo de nuestros propios hijos
quienes naturalmente, repetirán lo que nos vieron hacer o dejar de hacer.
La última etapa de la vida del ser humano
no tiene por qué ser tan melancólica y mucho menos deplorable. Cuántas personas
mayores, que se han cuidado, llegan al final de su vida con lucidez y aportando
en el campo de la investigación o en proyectos útiles a la sociedad. Y
finalmente quiero bendecir en el Nombre de Dios, a todas aquellas personas,
jóvenes y adultos en plenitud de vida, que honran las canas de los ancianos con
su apoyo, comprensión y trabajo en favor de ellos.
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