Debemos nuestra existencia en el ámbito
humano, a nuestros progenitores y por extensión, al conjunto de la sociedad.
Nuestro mundo es un mundo social y en él estamos rodeados de las posibilidades
y realidades que nos envuelven. Nuestra vida se hace impensable sin un entorno
que la alimente y proporciona una razón de ser.
El sentido de nuestra vida, el placer y la
satisfacción, dependen de nuestras relaciones con los demás. Claro está que el
constante intercambio con nuestro medio social, puede ser fácil y exitoso; o
bien conflictivo y frustrante. Cuando las relaciones con los demás fallan, sólo
tenemos el movimiento de retorno, de repliegue sobre nosotros mismos y
entonces, nuestro aislamiento es triste, doloroso e incluso torturante. Cuando
las relaciones sociales se rasgan, se trunca a la par la ilusión de vivir,
afectando a la persona que no sale de sí misma, con una angustia que le
embarga.
La persona empieza a sentirse vacío,
nostálgico y en su interioridad experimenta tristeza. Incluso en ocasiones se
pregunta a sí mismo si existe o es una marioneta sin la fuerza y la garra de
las personas auténticas y verdaderas.
Según pasa el tiempo, la soledad se
acentúa en forma de actitud y desaliento. El sujeto sólo habla lo
imprescindible, si es que alguna vez cruza palabra con alguien. Cuanto más
reconcentrado en sí mismo, más hostil al mundo se vuelve, más aguda es la
nostalgia de relaciones humanas cálidas, pero mayor la parálisis para emprender
nuevas acciones.
La mirada del solitario pasa de la
hostilidad a un mundo que parece haberle abandonado a su suerte como una
especie de castigo injusto por un delito que no se sabe cual es, hasta una
mirada desolada que espera aún algún milagro.
El solitario emite, para los que le ven,
una especie de olor mortal que les hace sentir un religioso temor y recelo, a
menudo está tan solo que no mira de frente, sino cuando sabe que no es
observado, de reojo o disimulado entre la multitud u oculto.
Desearía atraer a los otros, acercarlos,
que se volcarán sobre él y ve que los espanta con esa sobre-dosis de necesidad
afectiva.
La gente no quiere hacerse cargo de sus
dificultades y carencias, esperan que el solitario haga el esfuerzo de
superarse y ser aceptado, "como hace todo el mundo".
Hay un profundo desacuerdo entre lo que el
solitario pide con la mirada y lo que los otros estarían dispuestos a hacer
sólo si se cumplen los requisitos corrientes de reciprocidad.
Desde la perspectiva del solitario lo que
se le exige para ser aceptado y querido, es una crueldad y en ese sentimiento
de injusticia basa su despecho y centra allí el pretexto para no intentarlo.
Bajo el punto de vista de las personas
integradas, intuye que el solitario le va a pedir más de lo que le dará a cambio.
Lo ve como un pozo sin fondo, que no va a saber contenerse y tenerle
suficientemente en cuenta, y piensa algo así: primero que se modere, que se
calme y después todo lo que quiera.
La persona integrada, al pensar de esta
manera, puede ser egoísta en exceso, pero también puede no serlo especialmente.
Esto es, en lo que toca a su prójimo está dispuesto a dar, pero en lo que
respecta a sí mismo quiere tratarse bien, tan bien como el solitario le
gustaría que le tratasen o mejor aún, de una manera equilibrada.
El problema, suele consistir en que el que
pide, más que pedir suele exigir, ordenar o presionar con alguna suerte de
rencoroso chantaje, con lo cual ataca la versión de dignidad del posible
donador, que para dar necesita sentirse libre. Las relaciones amistosas no
podrán tratarse con la obligatoriedad que conllevan las comerciales.
¿Cuáles son las causas de esa discordia
entre el sujeto y su mundo? Vamos a encontrarlas como resultados de sucesivos
fracasos en los planes del sujeto. Puede ser que falle el plan mismo, los
medios para lograrlo o las personas con las que contaba. Analicémoslo un poco:
·
Cuando falla el plan de vida:
Una persona va tejiendo y destejiendo a lo
largo de su vida proyectos. Pero en la madurez suele haber una mayor claridad
respecto a lo que se desea de la vida.
El diseño de los deseos importantes que se
seleccionan, pretenden responder a las facetas humanas que más importantes son
para el sujeto: confort material, vida amorosa, profesional, socio-cultural.
Cada una de estas áreas ocupa un lugar en su vida cotidiana y por lo tanto su
bienestar depende de varios frentes a la vez.
Las sensaciones de intensidad y placer
provienen del éxito en la realización de las distintas expectativas de la vida.
Si una persona planifica mal, al llegar a la vejez se encuentra vacío y
empobrecido, con una penosa impresión de fracaso.
El éxito vital, por tanto, viene unido a
la integración social de la persona en múltiples roles. Lo contrario de
integración es aislamiento, soledad. Se trata aquí de una soledad que proviene
de haber calculado corto, de no haber cuidado de ambicionar múltiples intereses
vitales. Así, muchas personas no dan importancia a las relaciones sociales
fuera de las familiares, o no tienen otros intereses que los de su trabajo, o
viven su tiempo libre en una sosa modorra. Tener proyectos entre manos es una
fuente de motivación, interés y vitalidad. Lo contrario es convertir la vida en
algo insulso y rutinario.
Mayor relevancia tendrán aquellos que
impliquen relaciones con los demás: intereses recreativos, culturales, cuidado
de las amistades, intensas y profundas, ricas relaciones familiares... Este
tipo de proyectos que llamaremos de "calidad humana" están llenos de
dificultades y por milagro o por inercia nunca aparecen: el cultivo de la
amistad, la lucha por la comunicación y el entendimiento familiar, la
dificultad de llevar adelante con firmeza intereses sociales y culturales,
implica soportar ciertos riesgos y esfuerzos a los que muchos renuncian por
comodidad, pereza, derrotismo.
Resulta chocante que podamos viajar a
planetas que se encuentran a millones de kilómetros de nosotros, sin haber
logrado entendernos con nuestros familiares, amigos y vecinos y aún a duras
penas sepamos disfrutar de nuestra vida.
·
El fallo de las estrategias
Cuando el sujeto tiene objetivos claros, y
está motivado para realizarlos, puede fracasar a la hora de llevarlos a cabo.
Por ejemplo, en el momento de la jubilación, una persona puede tener una serie
de planes ideales: dará más importancia a los amigos, reemprenderá aficiones
relegadas, etc. Pero se atasca a la hora de conseguir amigos con los que
mantener una relación afectivamente cálida, o no acierta con las actividades
adecuadas, o no calcula suficientemente bien las condiciones que le plantean
los demás. En suma, puede resultar al anciano y al jubilado tan difícil
realizar sus aspiraciones como al adolescente integrarse en el mundo adulto.
·
Fallo de los otros y el derrumbe físico
Resulta trágico en la vejez, las
separaciones que le imponen las circunstancias. La muerte de familiares y
amigos, la vida independiente de los hijos, vuelven imposible la realización de
los planes vitales previstos. La muerte
de un ser querido le obliga al anciano a dar un vuelco en sus costumbres,
expectativas y necesidades afectivas. Es fácil que se sienta indefenso y
derrotado. Algunos ancianos se prohíben a si mismos el hacerse ningún tipo de
ilusión, censurándose en sus pensamientos cuando deseen nuevas relaciones
afectivas. Lo mismo cabe decir en lo que hace referencia a las necesidades de
pareja.
Comenzar nuevas amistades resulta una
empresa que para ellos tiene dos filos: por una parte, se necesita invertir
tiempo y esfuerzo, pero por otra, es la única alternativa de vida afectiva y
social que queda. Esta dificultad hace que muchos se abandonen a una soledad
más o menos asumida.
El anciano, también se ve rechazado por
los demás por el mero hecho de ser viejos, a igual que un negro es objeto de
prejuicios raciales. Por ello, se las tiene que ingeniar para buscarse los
ambientes adecuados y en los que pueda resurgir de las tragedias en una
atmósfera de calidez.
Algunos ancianos tienen una vivencia
depresiva frente a las limitaciones que provoca una edad avanzada o la cercanía
de la muerte; renuncian a la posible riqueza que podrían obtener rebelándose en
lo posible, apostando por una especie de quietud en la que piensan que no
sufrirán, aunque no suele dar el resultado perseguido sino que suele agravar la
situación.
Pero hay alguien que no dice “...no temas ni desmayes, porque Jehová tu
Dios estará contigo en dondequiera que vayas”... Búscalo, has el esfuerzo y ve a una iglesia.
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